Se lo explicaba muy bien el viejo inventor Vincent Price a su creación, Eduardo Manostijeras, en la película dirigida por Tim Burton allá por los 90:
"La etiqueta nos dice lo que se espera de nosotros, y nos protege de la humillación y la incomodidad."
Estas palabras podrían resumir el contenido de este texto y hacer innecesarias más explicaciones, pero hoy me apetece tratar este tema, no siempre bien entendido ni bien recibido.
Sé por experiencia que la palabra etiqueta tiende a malinterpretarse. Al oírla mencionar suelen ocurrir dos cosas: imaginamos escenas de otra época donde abundan los corsés y los monóculos, o traemos a la memoria la alfombra roja del último gran evento que haya tenido lugar. Su propia definición en los diccionarios incita a propagar esta idea, al considerarla “un conjunto de reglas y formalidades que se observan en ciertos actos públicos, oficiales y solemnes”. El resultado es que solemos asociar su uso a situaciones de alto copete, con mucho elitismo y parafernalia, o lo limitamos a una cuestión referente a la ropa que debemos vestir en un momento dado. En realidad, ninguna de estas imágenes es del todo exacta.
Entonces, ¿por qué pensamos en gente estirada cuando se habla de etiqueta? La asociación es bastante comprensible. Pensemos en nuestros antepasados sin tener que remontarnos muy atrás. Cuando la enseñanza sólo estaba al alcance de las clases pudientes, que a la vez eran las únicas que podían permitirse organizar eventos, asistir a reuniones sociales o tener atuendos diferentes para cada ocasión, el conocimiento y transmisión de las normas de etiqueta estaba reservado a estos pocos privilegiados. No tenía ninguna utilidad, para el ciudadano de calle y clase baja, conocer las normas de un círculo social al que no podía acceder.
A principios del siglo XIX, con la Revolución Industrial y la aparición de las nuevas clases burguesas, el conocimiento y la práctica de la etiqueta social empezaron a extenderse. Personas que no habían nacido en familias aristocráticas de pronto podían acceder a los mismos ambientes y entretenimientos que disfrutaban las clases más altas gracias a la prosperidad de sus negocios. Especialmente interesados en encajar, y a sabiendas de que el desconocimiento de las normas sociales de la época podía convertir al infractor en motivo de burla, ofensa o humillación, se procuraban una buena educación en cuestiones de etiqueta. Aparecen con ese fin los primeros libros y tratados que recogen las costumbres de la época. Apenas un siglo después su uso se había extendido tanto que eran pocas las familias que no disponían en su hogar de uno de estos manuales.
Pero, ¿en qué consistían esas normas? ¿Eran tan rígidas como las imaginamos? De damas y caballeros bien educados se esperaba generalmente cosas como estas: que no hablasen con la boca llena durante las comidas ni se limpiasen con la manga al terminar, que no interrumpiesen las conversaciones ajenas, no alzasen la voz, ni encendiesen sus cigarrillos sin permiso en lugares cerrados. Se les enseñaba la importancia de saludar correctamente, levantarse del asiento para recibir a un invitado o ceder el paso en las puertas a las mujeres, niños y personas de avanzada edad. También resultaba indispensable conocer el tipo de vestimenta apropiado para cada ocasión y saber desenvolverse adecuadamente en cada una de ellas. ¿Os resulta familiar? Las normas de etiqueta no dejaban de ser formas de comportamiento que todos conocemos y a las que hoy en día nos referimos sencillamente como buenos modales o tener educación. Las connotaciones negativas de la palabra le vienen heredadas de aquellos días en los la etiqueta se usaba como frontera invisible de clases y marcador de estatus social.
La realidad es que todos usamos la etiqueta a diario. Llegar puntual a una reunión, vestirse formalmente para una entrevista de trabajo o guardar silencio durante una obra de teatro son sólo algunos ejemplos. Naturalmente las normas de etiqueta de cada generación van cambiando y adaptándose a los tiempos. Nuestros antepasados no tenían que preocuparse de apagar el sonido del móvil en el cine. Nosotros sí.
También se explica que la palabra etiqueta se use actualmente y casi en exclusiva para hablar de la ropa que debemos usar en determinados eventos. Se da por hecho que todos tenemos ya una buena educación social, pero no hace tanto que podemos asistir a fiestas y celebraciones donde la vestimenta sea mirada con atención y susceptible de ser criticada. Es la etiqueta al vestir la ultima lección que se nos resiste y por eso también la más demandada. Desde este blog la abordaremos próximamente para evitar esas "humillaciones e incomodidades" contra las que nos prevenía el sabio Vincent Price. Desgraciadamente él falleció antes de poder darle a su discípulo esa lección y el pobre Eduardo se paseó por la pantalla vestido de forma nada apropiada.
Aunque a mí me encanta... ¿A vosotros no?